Por Eduardo Servín Gómez
La luciérnaga
En el valle de la tierra nueva, válgame la esquizofrénica redundancia, donde la tierra es áspera y templada en grietas excepto en la tierra donde hubo un socavón del tamaño de una cancha de futbol , lugar accesible que todavía es protegido por las veredas por figuras de horripilantes y extrañas formas nombradas piedras y en el céntrico fondo de ese hundido lugar se halla una construcción de ondeadas bardas, de color durazno a tiempo de descomposición, albergando por fuera y dentro por pinos inmensamente grandes y unos enanos árboles en las faldas de los anteriores.
Mientras esas cosas molinescas de la extraña natura tapan la casucha, de mármol o quien sabe que sea no se describir que material es eso a la mejor es yeso o si supiera emular al que uso ese material lo describiría. Ese lugar creo que prácticamente alojaría una sala pero está desocupada con la herrería estructurada para no llevar vidrios ni candados, menos bisagras con un cancel sellado.
De día la obscuridad es amable al ojo de la vista de los hombres y de noche el crujir de la leña con la opresión del viento y el rapar del suelo con las negras hojas.
De entre las ramas espesas de aire y obscuridad subsisten imágenes sublimadoras para aquel que se imagine dentro de ese lugar el cual sería cualquier ser sensible del horror del mundo.
Las toscas e indescriptibles formas de los troncos ocultan una sobrenatural forma oscilando algo como un vestido de novia hecho de retazos de feas telas de unos dos y metro de diámetro en la parte inferior mientras un metro de circunferencia conectando el torso minúsculo y mangas deformes y cubierto con capucha ocultando una profunda negrura despidiendo olores espesamente gaseosos retirando al brillar de una sensible luciérnaga que al salir del lugar casi molesta el deforme ocultándose para siempre.